Por David Sánchez
Si el lector comete el error de querer encontrar en “Tiempo de espera” una revelación, la respuesta a sus preguntas vitales o un oasis de paz trascendental en esta aciaga vida, descubrirá que el texto no encierra tal objetivo por lo que le resultará su lectura corta y enigmática, aunque seguramente calificaría el libro, y con razón, como bello, icónico e intimista. Pero ya desde el comienzo José Sarria nos advierte, desde su comprometida sinceridad, que la ansiada búsqueda de Ítaca nos hará descubrir el misterio de su pobreza, para en la aceptación de ese fracaso redescubrir la vida y sus tesoros en lo pequeño, lo oculto, lo que no presumió de su apariencia y sin embargo, nos marcó durante el camino.
Es, pues, un libro paradójico, como la misma vida, pues afirma que el secreto de su lectura no se halla en las palabras escogidas para su redacción sino en los silencios que hay entre ellas. Lo importante y destacado en este texto proverbial, no está en las respuestas sino en la formulación adecuada de las preguntas y a ellas dedica los preciosos fragmentos finales: geniales interrogantes universales con sabor agridulce en cuyo trasfondo de formulación, existencial y humanista, hallamos empatía y complicidad. Como Ulises en su viaje, hay que ser valiente, consecuente, y sobre todo libre, para proclamar preguntas como estas: “¿Recuerda Dios su pasado? ¿Por qué lo llaman olvido si su nombre verdadero es herida?”. Parece sugerirnos en esta última, por ejemplo, que la cura está en mirar cara a cara la herida aceptando la derrota que la produjo y no en su pretencioso olvido. La felicidad no reside entonces en obstinarnos con lograr el olvido, sino en el abrazo de la herida hasta su sanación, incluso siendo irremediable. Una reflexión acertada, pues si el paraíso consistiera en el olvido que esquiva el dolor, todo lo que vivamos en la vida carecería de sentido. Son estas contradicciones aparentes las que arrojan verdad y consuelo para José.
Como en todas sus publicaciones, para él no hay tregua en su denuncia del engaño y la apariencia que abandera esta sociedad consumista con promesas desde una instrucción temprana, el bombardeo de anuncios o el catálogo de credos con soluciones “a la carta” para todos los dolencias.